Escuchar El
hecho de escuchar atentamente a un ser humano que
expresa lo que siente es un acto de amor por
excelencia. Cuando una persona comparte con nosotros
su intimidad emocional mientras somos conscientes
del respeto que nos merecen sus palabras, estamos
amando con mayúsculas. Cuando observamos que quien
se comunica está descubriendo al sí mismo y evitamos
aconsejar o corregir, porque simplemente escuchamos
sin necesitad de opinar, ¿nos percatamos de que eso
es amor?
Escuchar sin dar respuestas ni consejos no
solicitados es un acto de respeto e inteligencia. En
general, el yo superficial tiende a sentirse
obligado a contestar y decir que él también “patatín
y patatán” cuando, en realidad y a menudo, lo que
nuestro interlocutor busca es un espacio de
atención. Un espacio para descubrir aspectos de su
Ser que, gracias a la corriente de sinergia mutua,
se remueven y afloran. En muchas ocasiones, lo que
pretendemos al llamar a un amigo y contarle nuestras
pequeñas cosas es metabolizar nuestras emociones, es
decir, proceder a compartirlas para ordenar nuestro
escenario interno y darnos cuenta del aprendizaje
que éstas conllevan.
Sentir interés por la intimidad que alguien nos
regala, no sólo depende de las cualidades que
adornan al que nos habla, sino de nuestra propia
competencia emocional para colocarnos en la actitud
adecuada.
Escuchar es expresar la capacidad de acompañar lo
que, en ese momento, sucede dentro de la otra
persona, sin suposiciones ni registros previos que
modifiquen el interés de la charla. En realidad,
todo lo que el otro comparte acerca de sí mismo,
también permite al que escucha, el descubrir y
resonar sus propias áreas internas. A menudo, las
ideas sensibles del que se expresa son una estupenda
ocasión para reflejar los pliegues de nuestra alma. |